El día que Omar Torrijos recuperó el poder en 1969
Tenía apenas 12 años y las gestas revolucionarias y los
movimientos políticos ya me interesaban y despertaban en mí, un inusitado
interés... Quizá era la mágica
fascinación por el misterio… Hoy recuerdo que, por necedad e insistencia
mía, estuve toda la noche acompañando a mi padre, Italo Antinori Murgas, dentro del auto marca Ford Falcon, color
celeste, alrededor del aeropuerto de la ciudad de David, capital de la región
de Chiriquí en la República de Panamá, el 15 de diciembre de 1969, hasta la
madrugada del día siguiente 16 de diciembre. Hubo otras personas amigas de mis padres que
hacían lo mismo, pero no comprendía porque todos estaban de común acuerdo en
una especie de concentración de vehículos. Pese a no entender, ni tener idea de
lo que ocurría, todo el misterio me fascinaba y me tenía atento a lo que ocurría. Esa noche todo era sigilo y había un
secretismo que me encantaba, por lo enigmático del asunto y por ese olor a
clandestinidad y sabor a conspiración, que se respiraba en el ambiente.
Habíamos salido del pueblo de Tolé varias horas antes,
hasta la ciudad de David y había visto, antes de salir del pueblo, a mi padre
organizar un verdadero ejército de amigos que, con machetes y algunas que otras
viejas escopetas – que usaban algunos finqueros para protegerse de los ataques
de tigrillos a sus terneros – se habían organizado para parar el tráfico de automóviles que venían desde la ciudad de
Panamá hacia la de David, cabecera de la provincia de Chiriquí. A ese grupo de decididos lugareños le
acompañaban tres guardias nacionales que junto al grupo de civiles, se apostaron
en el puente sobre el histórico Río Tabasará, mientras otros lo hicieron en
otros lugares aledaños, estratégicamente ubicados .
El sitio y la misión eran de suma importancia para el
éxito de lo que se pretendía lograr. Por
eso la consigna ordenada por mi padre – quien era un hombre de gran liderazgo y
respetabilidad en la región – era que
nadie ingresara a Chiriquí mientras no
se asegurara el control político de la zona.
La tropa de milicianos voluntarios, que eran alrededor
de cien hombres, debía cerrar el paso de autos hacia Chiriquí desde la noche de
ese día hasta bien avanzado
el día siguiente cuando se esperaba la llegada de Torrijos. Por eso, a partir de la tarde de día 15 de
diciembre de 1969 se impidió el ingreso de personas y autos hacia la provincia
de Chiriquí, que quedó incomunicada con el resto del país, en espera del
desarrollo de los acontecimientos.
El pueblo de Tolé es la cabecera del distrito del
mismo nombre, el más oriental de la provincia de Chiriquí que a su vez, es la
provincia más occidental de la República de Panamá que limita con la República
de Costa Rica y está ubicada a unos 400 kilómetros al occidente de la ciudad de
Panamá. Tolé es, por tanto, puerta de entrada por vía terrestre a Chiriquí que
es la zona agrícola más importante de Panamá.
Tolé es un pueblo muy especial, mágico y hermoso que sirve de encuentro
con la importante cultura del pueblo originario Ngobé-Buglé que habita en la parte norte, en la majestuosa y enigmática
Cordillera del Tabasará. San Miguel de Tolé
(nombre que se le dio), fue fundado por siete familias españolas (Murgas, Alvarez, Rosas, Arjona, Castrellón,
Santamaría y Abrego) que se establecieron el 29 de septiembre de 1775 (día
oficial de su fundación) bajo el mando espiritual del sacerdote Fray Javier
Vidal, en una zona montañosa de hermoso verdor para afincarse y fundar el
pueblo de Tolé. A pesar de que principalmente
desciendo de inmigrantes – tanto por la familia Antinori de origen italiano como
por la familia Bolaños de origen costarricense
– dichas familias al establecerse en Tolé, se emparentaron con cinco de siete
familias fundadoras del pueblo, por los que desciendo directamente de las
familias Murgas, Rosas, Alvarez, Arjona
y Abrego. Hemos de anotar que
nuestro abuelo materno, el educador costarricense Santiago Bolaños Loaiza, (cuya principal escuela de Tolé, que
fundó, honra su nombre), llegó a Tolé siendo asesor del Presidente Belisario Porras, para crear la primera
escuela del Distrito de Tolé. El martes 19 de
noviembre de 1918, después de una agotadora jornada a caballo que había
empezado horas antes en la población de Remedios, llegó a Tolé con el ánimo y
propósito de realizar tan magna obra.
Desde su llegada, el martes 19 de noviembre de 1918 y hasta el lunes
cinco (5) de mayo de 1919 (fecha oficial de inicio de labores de la primera
escuela del distrito) estuvo organizando todo lo concerniente a la apertura de
la primera escuela del Distrito de Tolé que empezó a funcionar de acuerdo con
el calendario escolar que, por aquellas épocas, comenzaba en el mes de mayo de
cada año. Después de la fundación debía dejar instalados a algunos educadores en el pueblo y
continuar a otras misiones. Sin embargo, conoció a mi abuela Aurora Alvarez Arjona (descendiente de dos
de las siete familias fundadoras de Tolé), se casó con ella y decidió quedarse
a vivir una vida tranquila en Tolé, donde estableció su familia. De dicha unión
nació mi madre Nereida Bolaños Alvarez
de Antinori. Nuestra abuela paterna, Cristobalina
Murgas Rosas Abrego de Antinori (descendiente de tres de las siete familias
fundadoras de Tolé), fue la primera enfermera del distrito de Tolé, quien fue
una filántropa y gran benefactora de los pobres, cuyo Centro de Salud de Tolé,
honra su nombre. Ella se casó con el
inmigrante italiano/peruano Egisto
Antinori y fundó la familia Antinori-Murgas
de cuya unión nació mi padre, Italo
Antinori Murgas.
El 15 de diciembre de 1969, Omar Torrijos Herrera – quien como jefe de la Guardia Nacional
controlaba el poder político en Panamá desde el derrocamiento del Presidente Arnulfo Arias, el 11 de
octubre de 1968 – había sido depuesto horas antes por un grupo de altos oficiales
de la entonces Guardia Nacional, mientras estaba de visita en México. El golpe
contra Torrijos se fraguó entre el 14 y 15 de diciembre de 1969, pero desde la
tarde del 15 de diciembre de 1969, sus leales en el instituto armado, los
amigos personales como mi padre y políticos allegados a éste, coordinaban su
sigiloso retorno a suelo panameño, pero para que llegara por la provincia de
Chiriquí, en un vuelo nocturno y clandestino, para intentar retomar el poder político. A los doce (12) años, todo lo que
estaba viviendo, me parecía como una novela de misterios y emociones, de la que
no quería perderme ninguno de sus capítulos.
Mis primeros recuerdos de Omar Torrijos los tengo desde los años 1964 en adelante cuando lo
veía constantemente en mi casa de Tolé a donde viajaba mucho, interesado por la
situación de la comunidad indígena Ngobé-Buglé. En esa época, mi padre Italo Antinori Murgas, era el Inspector Jefe de Educación de la
zona de Tolé y de algunas áreas más del oriente chiricano. Torrijos
y mi padre eran grandes amigos personales desde muy jóvenes. Se habían conocido desde que eran estudiantes
cuando mi papá estudió para maestro en la Escuela
Normal Juan Demóstenes Arosemena de Santiago, cabecera de la provincia de
Veraguas y lo conoció en el Colegio donde fueron compañeros hasta tercer año,
cuando los padres de Torrijos le consiguieron una beca para estudiar en una
escuela militar de la República de El Salvador.
La amistad se había fortalecido porque mi padre vivía en Santiago en la
casa de su hermano, mi querido tío, Rafael
Murgas quien se había afincado en esa ciudad al casarse con Doña Celmira Torrazza. Mi tío era muy amigo de la familia Torrijos-Herrera que residía en
Santiago, el lugar de donde era oriunda Doña
Joaquina Herrera Sanjur, la madre de Omar
Torrijos ya que su padre José María Torrijos era del departamento del Valle
del Cauca, República de Colombia; ambos eran maestros de escuela y con tesón y
esfuerzo habían educado a sus once (11) hijos.
Por la vieja amistad con mi
padre, estaba consciente que Omar
Torrijos visitaba mi casa en Tolé desde que era pequeño y muchas veces, desde niño, tuve oportunidad de
interactuar familiarmente con él. En algunas
ocasiones se hacía acompañar por el entonces Capitán Boris Martínez y por el entonces teniente Manuel Antonio Noriega, quien estaba casado con una
pariente nuestra por parte de los Murgas, Felicidad
Sieiro Murgas.
Antes de partir para la ciudad de
David en la tarde del 15 de diciembre de 1969, mi padre le pidió a su fiel y
noble compadre Nicolás Santamaría, jefe
de la oficina de la telegrafía de Tolé, que durante las veinticuatro (24) horas
siguientes estuviera pendiente de las comunicaciones en la oficina de la telegrafía
de Tolé que normalmente cerraba a las cinco de la tarde, pues debían
coordinarse todos los aspectos y acontecimientos que ocurrirían y transmitir
las instrucciones a los diferentes grupos organizados, sobre todo, a los
voluntarios que estaban apostados cerca del Río Tabasará.
Mientras tanto, mi madre Nereida Bolaños Alvarez de Antinori, acompañada de sus primas, las tías Anays y Rubia Alvarez junto a mi abuela Cristobalina Murgas Rosas de Antinori – y un comité de damas amigas
de mi familia – desde ese momento quedaron encargadas de la preparación de los
alimentos para proveer todos los avituallamientos necesarios a la tropa de
milicianos revolucionarios que se había armado.
– ¡Nereida baja al niño del
carro que él no debe ir a David ni al
aeropuerto porque nos “las
estamos jugando”; no sabemos qué irá
a pasar, ni cómo termine esto y él no debe correr ese peligro! – recuerdo que
dijo mi padre, antes de salir para David, con dos o tres seguidores que lo
acompañaban armados con dos viejos revólveres calibre 38 que, hoy dudo que
funcionaran adecuadamente.
– Yo voy con mi papá y si él muere,
yo también moriré con él – dije con el alma en cada palabra. Hasta hoy día, no sé qué habrá visto mi padre
en mi mirada o en el tono de mis palabras que lo emocionaron porque su tono
cambió y con una determinación que me sonó comprensiva (al menos eso creí
sentir en ese momento) dijo:
– Está
bien Nereida que vaya conmigo, total
es mi único hijo varón.
Así logré mis propósitos y me fui con mi padre, Italo Antinori Murgas para David donde – sin saberlo – fui testigo
presencial de un hecho histórico en la vida política de la República de Panamá.
Cuando llegamos a David, todo era misterio y eso me animaba porque me sentía
protagonista de una historieta que sabía que debía ser trascendente, pero de la
que no tenía la exacta percepción de su real dimensión e importancia en la historia política de
Panamá.
Cuando llegamos a David fuimos al Cuartel de la
Guardia Nacional. Allí mi papá se bajó,
yo estuve en el auto por largo rato. Mi padre finalmente salió a un patio
interior y observé que lo acompañaba caminando hacia el auto el entonces Mayor Manuel Antonio Noriega, quien
para la época era el jefe de la zona militar de Chiriquí. No supe de qué hablaban, pero recuerdo que el
Mayor Noriega, cuando mi padre se
disponía a abordar el auto, se acercó a la ventanilla, se agachó un poco y dijo,
en un tono que sonó a recomendación y consejo: – “por seguridad Italito que no
salga del auto durante toda la noche”.
De inmediato mi padre condujo hacia el aeropuerto de David y recuerdo
claramente que estacionó el automóvil justo antes de donde empieza la cabecera
de la pista de aterrizaje. Me di cuenta
que algunos automóviles de otros amigos de mi padre, de forma muy discreta y
ordenada, también se habían congregado sigilosamente cerca en la pista de
aterrizaje para encender las luces de sus
autos y alumbrarla cuando el avión que traía al amigo de secundaria de
mi padre, Omar Torrijos, fuera a aterrizar.
Allí entendí la estrategia: había que alumbrar la pista porque en aquel entonces,
el aeropuerto Enrique Malek de la
ciudad de David, no tenía luces. En mi
ignorancia de niño atrevido no entendía por qué en las primeras horas de la
noche, los autos estaban a oscuras y no encendían las luces, sino que esperaban
hasta el momento en que todos lo harían a la vez. No comprendía aquello
de que las baterías de los autos se podían descargar si las hubieran mantenido
encendidas durante la noche. Por ello, la
consigna era ahorrar energía y encender los faroles, justamente en el momento
en que el avión se acercaba. Debíamos usarlas en el momento oportuno para señalizarle
la pista al intrépido piloto que volaba de noche para aterrizar en un
aeropuerto sin luces. No solo eran las luces de los autos y las linternas las
que alumbrarían la pista, sino que carca de la pista había un grupo de reclutas
de la Guardia Nacional de Chiriquí que preparaban, de manera controlada,
algunas fogatas alrededor de la pista para que sirviera de guía al piloto en la
oscura madrugada. Mientras ello ocurría,
la noche avanzaba… De vez en cuando, alguien traía café y unos cuantos
panecillos. Mi padre previsor y sabio
como siempre, sacó del maletero del auto, dos bateas que habían sido cuidadosamente
envueltas en bijao. Una tenía carne de res ahumada en leña de nance rojo y
la otra, bollos de maíz. Como no
habíamos cenado, devoramos entre nosotros y los amigos de mi papá de otros automóviles,
la exquisita comida junto al café que llevaba en varios termos que lo
conservaban caliente y cuyo aroma se esparcía por doquier. Después comprobé que mi papá tenía un arsenal
de comida en el maletero, que en el transcurso de la noche y del día siguiente,
fue sacando para que ni nosotros ni sus amigos, pasáramos hambre. Todo lo tenía previsto ese extraordinario
hombre que fue mi padre.
Durante toda la noche y cada cierto tiempo, mi papá
iba y venía desde la sede central del aeropuerto donde había un teléfono que le
tenían a su plena disposición y desde allí se comunicaba con la telegrafía de
David y ésta con la de Tolé, donde su fiel compadre Nicolás Santamaría, le informaba cómo estaba la situación con la
tropa de lugareños que había armado para no dejar ingresar a nadie por vía terrestre
a Chiriquí. Cada cierto tiempo, mi padre comentaba feliz que todo estaba muy
bien en Tolé y que, tal como lo habían planeado, ningún auto había ingresado ni
salido de Chiriquí y que sus tropas estaban apostadas en la carretera
manteniendo el control de la zona.
Sin dormirme ni un instante, me emocioné cuando empecé
a darme cuenta que los autos, al unísono empezaban a encender las luces. “Aquí
viene la acción pensé” – y mi corazón empezó a latir con fuerza, sobre todo
porque sentí a mi padre emocionado. Lo
que no sabía era que en verdad estaba preocupado porque había alguna neblina y
que, además de ello, lograr aterrizar una aeronave sin luz, era una verdadera
proeza… Cuando se empezaban a escuchar
algunos gallos que anunciaban la alta madrugada, pero aún a oscuras, mi padre
nos dijo en voz alta:
– ¡Allí
viene! Fue la expresión de mi padre
cuando escuchó ruidos de los motores de una nave, pero yo no vi nada.
– ¿Dónde? – le pregunté y me respondió sin mirarme
– oye el motor y ubícalos…
Nunca pude ubicar ni visualizar el avión antes de su
aterrizaje, sino hasta cuando estaba en la pista. El audaz y excepcional piloto inglés/norteamericano, Red Grey - a quien años después apodarían "El Gallo Chiricano" - lo había logrado: aterrizar sin luces en un aeropuerto que no conocía. Cuando miré, me pareció una nave más chica de la que
imaginaba. Y vi cuando Omar Torrijos bajó del avión. La tropa que
lo esperaba, lo saludaba entre vítores y armas arriba. También recuerdo el
abrazo efusivo que le dio a mi padre a quien le dijo – “¡Italo, tú siempre mi amigo
fiel! No sabía si al llegar me
recibirían con aplausos o con balazos, pero cuando te vi sabía que habría
aplausos y no balazos”. Y tuvo tiempo hasta de pasarme
la mano por la cabeza en un gesto de
saludo cariñoso que aún recuerdo.
Estas reflexiones y recuerdos imborrables, los motiva la
excelente crónica histórica, narrada de forma atinada, por nuestro pariente, Rubén Darío Murgas Torrazza en un
artículo de opinión denominado “La lealtad que permitió a Torrijos volver” publicado
en el diario “La Estrella de Panamá”, el 15 de diciembre de 2013 – en ocasión
de cumplirse un aniversario más de ese día 16 de diciembre de 1969 – y en donde
menciona el importante y estratégico papel que desarrolló mi padre, Italo Antinori Murgas, en tan histórico
momento en leal defensa de su amigo de juventud, justo en el límite con
Veraguas (provincia cuyos componentes militares no respaldaron, inicialmente a
Torrijos, sino después que éste llegó)
Pasados los años, hemos meditado que la intervención
de la milicia voluntaria de Tolé organizada por mi padre, fue fundamental para
que Torrijos recuperara el poder. Para
recordar esa parte de la historia patria, recomendamos leer el relato escrito
por Rubén Darío Murgas Torrazza, publicado en el diario “La
Estrella de Panamá”, el 15 de diciembre de 2013 y al que se puede acceder en el
siguiente vinculo:
http://laestrella.com.pa/panama/nacional/lealtad-permitio-torrijos-volver/23511008
http://laestrella.com.pa/panama/nacional/lealtad-permitio-torrijos-volver/23511008
Confieso que el análisis de Rubén Darío Murgas nos ha retrotraído a los tiempos que viví junto a mi padre el 15 y 16 de diciembre de 1969. En esos momentos, siendo un niño y hace cuarenta y cuatro (44) años, ¡qué me iba a imaginar que estaba participando de uno de los episodios más singulares de la historia de la República de Panamá!
Domingo 15 de Diciembre de 2013
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