lunes, 16 de diciembre de 2013

Un interesante relato de primera mano de un hecho histórico, sobre el fallido golpe de Estado contra Omar Torrijos, ocurrido en el año 1969 en la República de Panamá. Escrito del Dr. Italo Antinori Bolaños, Doctor en Derecho especializado en Derecho Constitucional por la Universidad Complutense de Madrid y Primer Defensor del Pueblo de Panamá (1997-2001)

Dr. Italo Antinori B.

- Algo de historia de Panamá -
El día que Omar Torrijos recuperó el poder en 1969

Tenía apenas 12 años y las gestas revolucionarias y los movimientos políticos ya me interesaban y despertaban en mí, un inusitado interés...  Quizá era la mágica fascinación por el misterio…   Hoy recuerdo que, por necedad e insistencia mía, estuve toda la noche acompañando a mi padre, Italo Antinori Murgas, dentro del auto marca Ford Falcon, color celeste, alrededor del aeropuerto de la ciudad de David, capital de la región de Chiriquí en la República de Panamá, el 15 de diciembre de 1969, hasta la madrugada del día siguiente 16 de diciembre.  Hubo otras personas amigas de mis padres que hacían lo mismo, pero no comprendía porque todos estaban de común acuerdo en una especie de concentración de vehículos. Pese a no entender, ni tener idea de lo que ocurría, todo el misterio me fascinaba y me tenía atento a lo que ocurría.  Esa noche todo era sigilo y había un secretismo que me encantaba, por lo enigmático del asunto y por ese olor a clandestinidad y sabor a conspiración, que se respiraba en el ambiente.

Habíamos salido del pueblo de Tolé varias horas antes, hasta la ciudad de David y había visto, antes de salir del pueblo, a mi padre organizar un verdadero ejército de amigos que, con machetes y algunas que otras viejas escopetas – que usaban algunos finqueros para protegerse de los ataques de tigrillos a sus terneros – se habían organizado para parar el tráfico de automóviles que venían desde la ciudad de Panamá hacia la de David, cabecera de la provincia de Chiriquí.  A ese grupo de decididos lugareños le acompañaban tres guardias nacionales que junto al grupo de civiles, se apostaron en el puente sobre el histórico Río Tabasará, mientras otros lo hicieron en otros lugares aledaños, estratégicamente ubicados . 

El sitio y la misión eran de suma importancia para el éxito de lo que se pretendía lograr.  Por eso la consigna ordenada por mi padre – quien era un hombre de gran liderazgo y respetabilidad en la región – era  que nadie ingresara a Chiriquí  mientras no se asegurara el control político de la zona.

La tropa de milicianos voluntarios, que eran alrededor de cien hombres, debía cerrar el paso de autos hacia Chiriquí desde la noche de ese día hasta bien avanzado el día siguiente cuando se esperaba la llegada de Torrijos.  Por eso, a partir de la tarde de día 15 de diciembre de 1969 se impidió el ingreso de personas y autos hacia la provincia de Chiriquí, que quedó incomunicada con el resto del país, en espera del desarrollo de los acontecimientos.

El pueblo de Tolé es la cabecera del distrito del mismo nombre, el más oriental de la provincia de Chiriquí que a su vez, es la provincia más occidental de la República de Panamá que limita con la República de Costa Rica y está ubicada a unos 400 kilómetros al occidente de la ciudad de Panamá. Tolé es, por tanto, puerta de entrada por vía terrestre a Chiriquí que es la zona agrícola más importante de Panamá.  Tolé es un pueblo muy especial, mágico y hermoso que sirve de encuentro con la importante cultura del pueblo originario Ngobé-Buglé que habita en la parte norte, en la majestuosa y enigmática Cordillera del Tabasará. San Miguel de Tolé (nombre que se le dio), fue fundado por siete familias españolas (Murgas, Alvarez, Rosas, Arjona, Castrellón, Santamaría y Abrego) que se establecieron el 29 de septiembre de 1775 (día oficial de su fundación) bajo el mando espiritual del sacerdote Fray Javier Vidal, en una zona montañosa de hermoso verdor para afincarse y fundar el pueblo de Tolé.  A pesar de que principalmente desciendo de inmigrantes – tanto por la familia Antinori de origen italiano como por la familia Bolaños de origen costarricense – dichas familias al establecerse en Tolé, se emparentaron con cinco de siete familias fundadoras del pueblo, por los que desciendo directamente de las familias Murgas, Rosas, Alvarez, Arjona y  Abrego. Hemos de anotar que nuestro abuelo materno, el educador costarricense Santiago Bolaños Loaiza, (cuya principal escuela de Tolé, que fundó, honra su nombre), llegó a Tolé siendo asesor del Presidente Belisario Porras, para crear la primera escuela del Distrito de Tolé.  El martes 19 de noviembre de 1918, después de una agotadora jornada a caballo que había empezado horas antes en la población de Remedios, llegó a Tolé con el ánimo y propósito de realizar tan magna obra.  Desde su llegada, el martes 19 de noviembre de 1918 y hasta el lunes cinco (5) de mayo de 1919 (fecha oficial de inicio de labores de la primera escuela del distrito) estuvo organizando todo lo concerniente a la apertura de la primera escuela del Distrito de Tolé que empezó a funcionar de acuerdo con el calendario escolar que, por aquellas épocas, comenzaba en el mes de mayo de cada año. Después de la fundación debía dejar instalados a algunos educadores en el pueblo y continuar a otras misiones. Sin embargo, conoció a mi abuela Aurora Alvarez Arjona (descendiente de dos de las siete familias fundadoras de Tolé), se casó con ella y decidió quedarse a vivir una vida tranquila en Tolé, donde estableció su familia. De dicha unión nació mi madre Nereida Bolaños Alvarez de Antinori. Nuestra abuela paterna, Cristobalina Murgas Rosas Abrego de Antinori (descendiente de tres de las siete familias fundadoras de Tolé), fue la primera enfermera del distrito de Tolé, quien fue una filántropa y gran benefactora de los pobres, cuyo Centro de Salud de Tolé, honra su nombre.  Ella se casó con el inmigrante italiano/peruano Egisto Antinori y fundó la familia Antinori-Murgas de cuya unión nació mi padre, Italo Antinori Murgas.

El 15 de diciembre de 1969, Omar Torrijos Herrera – quien como jefe de la Guardia Nacional controlaba el poder político en Panamá desde el derrocamiento del Presidente Arnulfo Arias, el 11 de octubre de 1968 – había sido depuesto horas antes por un grupo de altos oficiales de la entonces Guardia Nacional, mientras estaba de visita en México. El golpe contra Torrijos se fraguó entre el 14 y 15 de diciembre de 1969, pero desde la tarde del 15 de diciembre de 1969, sus leales en el instituto armado, los amigos personales como mi padre y políticos allegados a éste, coordinaban su sigiloso retorno a suelo panameño, pero para que llegara por la provincia de Chiriquí, en un vuelo nocturno y clandestino, para intentar retomar el poder político. A los doce (12) años, todo lo que estaba viviendo, me parecía como una novela de misterios y emociones, de la que no quería perderme ninguno de sus capítulos.  

Mis primeros recuerdos de Omar Torrijos los tengo desde los años 1964 en adelante cuando lo veía constantemente en mi casa de Tolé a donde viajaba mucho, interesado por la situación de la comunidad indígena Ngobé-Buglé.  En esa época, mi padre Italo Antinori Murgas, era el Inspector Jefe de Educación de la zona de Tolé y de algunas áreas más del oriente chiricano.  Torrijos y mi padre eran grandes amigos personales desde muy jóvenes.  Se habían conocido desde que eran estudiantes cuando mi papá estudió para maestro en la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena de Santiago, cabecera de la provincia de Veraguas y lo conoció en el Colegio donde fueron compañeros hasta tercer año, cuando los padres de Torrijos le consiguieron una beca para estudiar en una escuela militar de la República de El Salvador.  La amistad se había fortalecido porque mi padre vivía en Santiago en la casa de su hermano, mi querido tío, Rafael Murgas quien se había afincado en esa ciudad al casarse con Doña Celmira Torrazza.  Mi tío era muy amigo de la familia Torrijos-Herrera que residía en Santiago, el lugar de donde era oriunda Doña Joaquina Herrera Sanjur, la madre de Omar Torrijos ya que su padre José María Torrijos era del departamento del Valle del Cauca, República de Colombia; ambos eran maestros de escuela y con tesón y esfuerzo habían educado a sus once (11) hijos.   Por la vieja  amistad con mi padre, estaba consciente que Omar Torrijos visitaba mi casa en Tolé desde que era pequeño y muchas veces, desde niño, tuve oportunidad de interactuar familiarmente con él.  En algunas ocasiones se hacía acompañar por el entonces Capitán Boris Martínez y por el entonces teniente Manuel Antonio Noriega, quien estaba casado con una pariente nuestra por parte de los Murgas, Felicidad Sieiro Murgas.

Antes de partir para la ciudad de David en la tarde del 15 de diciembre de 1969, mi padre le pidió a su fiel y noble compadre Nicolás Santamaría, jefe de la oficina de la telegrafía de Tolé, que durante las veinticuatro (24) horas siguientes estuviera pendiente de las comunicaciones en la oficina de la telegrafía de Tolé que normalmente cerraba a las cinco de la tarde, pues debían coordinarse todos los aspectos y acontecimientos que ocurrirían y transmitir las instrucciones a los diferentes grupos organizados, sobre todo, a los voluntarios que estaban apostados cerca del Río Tabasará.

Mientras tanto, mi madre Nereida Bolaños Alvarez de Antinori, acompañada de sus primas, las tías Anays y Rubia Alvarez junto a mi abuela Cristobalina Murgas Rosas de Antinori – y un comité de damas amigas de mi familia – desde ese momento quedaron encargadas de la preparación de los alimentos para proveer todos los avituallamientos necesarios a la tropa de milicianos revolucionarios que se había armado.

 ¡Nereida baja al niño del carro que él no debe ir a David ni al  aeropuerto porque nos las estamos jugando; no sabemos qué irá a pasar, ni cómo termine esto y él no debe correr ese peligro! – recuerdo que dijo mi padre, antes de salir para David, con dos o tres seguidores que lo acompañaban armados con dos viejos revólveres calibre 38 que, hoy dudo que funcionaran adecuadamente.  
 Yo voy con  mi papá y si él muere, yo también moriré con él – dije con el alma en cada palabra.  Hasta hoy día, no sé qué habrá visto mi padre en mi mirada o en el tono de mis palabras que lo emocionaron porque su tono cambió y con una determinación que me sonó comprensiva (al menos eso creí sentir en ese momento) dijo:
 Está bien Nereida que vaya conmigo, total es mi único hijo varón.

Así logré mis propósitos y me fui con mi padre, Italo Antinori Murgas  para David donde – sin saberlo – fui testigo presencial de un hecho histórico en la vida política de la República de Panamá. Cuando llegamos a David, todo era misterio y eso me animaba porque me sentía protagonista de una historieta que sabía que debía ser trascendente, pero de la que no tenía la exacta percepción de su real dimensión  e importancia en la historia política de Panamá. 

Cuando llegamos a David fuimos al Cuartel de la Guardia Nacional.  Allí mi papá se bajó, yo estuve en el auto por largo rato. Mi padre finalmente salió a un patio interior y observé que lo acompañaba caminando hacia el auto el entonces Mayor Manuel Antonio Noriega, quien para la época era el jefe de la zona militar de Chiriquí.  No supe de qué hablaban, pero recuerdo que el Mayor Noriega, cuando mi padre se disponía a abordar el auto, se acercó a la ventanilla, se agachó un poco y dijo, en un tono que sonó a recomendación y consejo: – “por seguridad Italito que no salga del auto durante toda la noche”.  De inmediato mi padre condujo hacia el aeropuerto de David y recuerdo claramente que estacionó el automóvil justo antes de donde empieza la cabecera de la pista de aterrizaje.  Me di cuenta que algunos automóviles de otros amigos de mi padre, de forma muy discreta y ordenada, también se habían congregado sigilosamente cerca en la pista de aterrizaje para encender las luces de sus  autos y alumbrarla cuando el avión que traía al amigo de secundaria de mi padre, Omar Torrijos, fuera a aterrizar.  Allí entendí la estrategia: había que alumbrar la pista porque en aquel entonces, el aeropuerto Enrique Malek de la ciudad de David, no tenía luces.  En mi ignorancia de niño atrevido no entendía por qué en las primeras horas de la noche, los autos estaban a oscuras y no encendían las luces, sino que esperaban hasta el momento en que todos lo harían a la vez.  No comprendía aquello de que las baterías de los autos se podían descargar si las hubieran mantenido encendidas durante la noche.  Por ello, la consigna era ahorrar energía y encender los faroles, justamente en el momento en que el avión se acercaba. Debíamos usarlas en el momento oportuno para señalizarle la pista al intrépido piloto que volaba de noche para aterrizar en un aeropuerto sin luces. No solo eran las luces de los autos y las linternas las que alumbrarían la pista, sino que carca de la pista había un grupo de reclutas de la Guardia Nacional de Chiriquí que preparaban, de manera controlada, algunas fogatas alrededor de la pista para que sirviera de guía al piloto en la oscura madrugada.  Mientras ello ocurría, la noche avanzaba… De vez en cuando, alguien traía café y unos cuantos panecillos.  Mi padre previsor y sabio como siempre, sacó del maletero del auto, dos bateas que habían sido cuidadosamente envueltas en bijao.  Una tenía  carne de res ahumada en leña de nance rojo y la otra, bollos de maíz.  Como no habíamos cenado, devoramos entre nosotros y los amigos de mi papá de otros automóviles, la exquisita comida junto al café que llevaba en varios termos que lo conservaban caliente y cuyo aroma se esparcía por doquier.  Después comprobé que mi papá tenía un arsenal de comida en el maletero, que en el transcurso de la noche y del día siguiente, fue sacando para que ni nosotros ni sus amigos, pasáramos hambre.  Todo lo tenía previsto ese extraordinario hombre que fue mi padre.

Durante toda la noche y cada cierto tiempo, mi papá iba y venía desde la sede central del aeropuerto donde había un teléfono que le tenían a su plena disposición y desde allí se comunicaba con la telegrafía de David y ésta con la de Tolé, donde su fiel compadre Nicolás Santamaría, le informaba cómo estaba la situación con la tropa de lugareños que había armado para no dejar ingresar a nadie por vía terrestre a Chiriquí.  Cada cierto tiempo, mi  padre comentaba feliz que todo estaba muy bien en Tolé y que, tal como lo habían planeado, ningún auto había ingresado ni salido de Chiriquí y que sus tropas estaban apostadas en la carretera manteniendo el control de la zona.

Sin dormirme ni un instante, me emocioné cuando empecé a darme cuenta que los autos, al unísono empezaban a encender las luces.   “Aquí viene la acción pensé” – y mi corazón empezó a latir con fuerza, sobre todo porque sentí a mi padre emocionado.  Lo que no sabía era que en verdad estaba preocupado porque había alguna neblina y que, además de ello, lograr aterrizar una aeronave sin luz, era una verdadera proeza…  Cuando se empezaban a escuchar algunos gallos que anunciaban la alta madrugada, pero aún a oscuras, mi padre nos dijo en voz alta:

 ¡Allí viene!  Fue la expresión de mi padre cuando escuchó ruidos de los motores de una nave, pero yo no vi nada.
 ¿Dónde? – le pregunté y me respondió sin mirarme – oye el motor y ubícalos…

Nunca pude ubicar ni visualizar el avión antes de su aterrizaje, sino hasta cuando estaba en la pista. El audaz y excepcional piloto inglés/norteamericano, Red Grey - a quien años después apodarían "El Gallo Chiricano" - lo había logrado: aterrizar sin luces en un aeropuerto que no conocía.  Cuando miré, me pareció una nave más chica de la que imaginaba.  Y vi cuando Omar Torrijos bajó del avión. La tropa que lo esperaba, lo saludaba entre vítores y armas arriba. También recuerdo el abrazo efusivo que le dio a mi padre a quien le dijo – “¡Italo, tú siempre mi amigo fiel!  No sabía si al llegar me recibirían con aplausos o con balazos, pero cuando te vi sabía que habría aplausos y no balazos”.  Y tuvo tiempo hasta de pasarme la mano por la cabeza en un gesto de saludo cariñoso que aún recuerdo.

Estas reflexiones y recuerdos imborrables, los motiva la excelente crónica histórica, narrada de forma atinada, por nuestro pariente, Rubén Darío Murgas Torrazza en un artículo de opinión denominado “La lealtad que permitió a Torrijos volver” publicado en el diario “La Estrella de Panamá”, el 15 de diciembre de 2013 – en ocasión de cumplirse un aniversario más de ese día 16 de diciembre de 1969 – y en donde menciona el importante y estratégico papel que desarrolló mi padre, Italo Antinori Murgas, en tan histórico momento en leal defensa de su amigo de juventud, justo en el límite con Veraguas (provincia cuyos componentes militares no respaldaron, inicialmente a Torrijos, sino después que éste llegó)

Pasados los años, hemos meditado que la intervención de la milicia voluntaria de Tolé organizada por mi padre, fue fundamental para que Torrijos recuperara el poder.  Para recordar esa parte de la historia patria, recomendamos leer el relato escrito por Rubén Darío Murgas Torrazza, publicado en el diario “La Estrella de Panamá”, el 15 de diciembre de 2013 y al que se puede acceder en el siguiente vinculo:
http://laestrella.com.pa/panama/nacional/lealtad-permitio-torrijos-volver/23511008

Confieso que el análisis de Rubén Darío Murgas nos ha retrotraído a los tiempos que viví junto a mi padre el 15 y 16 de diciembre de 1969. En esos momentos, siendo un niño y hace cuarenta y cuatro (44) años, ¡qué me  iba a imaginar que estaba participando de uno de los episodios más singulares de la historia de la República de Panamá!   

Domingo 15 de Diciembre de 2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario