Tomado de la publicación realizada en la Sección de Escritores de la Universidad Complutense de Madrid, en la siguiente dirección:
Si alguien me preguntara cuál es la virtud más importante que debe tener
un Magistrado o Juez que administra justicia – al igual que un Procurador o
Fiscal como agentes de investigación del proceso – le diría que si bien es
cierto que es imprescindible su preparación, trayectoria y honestidad, la
cualidad que más destacaría sería su valentía para que no se convierta en un
títere del poder, ni en una marioneta de las circunstancias, propias de los que
viven en un constante malabarismo de conveniencias, arreglos y conciliábulos
aviesos, para complacer al poder. Cada vez es más escasa y extraña la valentía
en nuestras sociedades y es una rara virtud de la que no se alardea, pero que
se constata con la trayectoria y con las actuaciones públicas de cada cual en
el camino de la vida. Si bien ese coraje indómito es el que las naciones
reclaman de sus altas autoridades, es precisamente al que los políticos más le
temen porque no podrían "controlar" a su conveniencia y para sus
mezquinos y sórdidos intereses, a quienes ostenten tan destacada cualidad. Es indudable que los cargos públicos de
importancia en el Estado requieren no solo ese "perfume" de
transparencia (que muchos piden y que algunos dirán que ostentan y que es un
elemento tan subjetivo), sino una credencial de valentía para atreverse a tomar
las decisiones justas, correctas y sensatas, con sometimiento a la Constitución
y a la ley, aunque éstas irriten al poder político y/o económico. ¿De qué le
sirve a la nación un "almidonado" personaje, si cuando debe tomar
decisiones trascendentales, no se atreve y es sumiso, dócil y complaciente con
el poder o los poderosos? La valentía es
una credencial moral de la que pocos
hablan – y que casi nadie exige como talante particular de quien aspira a un
cargo público importante – y que muy pocos podrán exhibir en su currículo y en
la historia de sus propias trayectorias.
El silencio de muchos timoratos, abyectos y sumisos al poder se ha
convertido extrañamente en una especie de “virtud”, mientras los que viven con
ausencia de criterios, ni son capaces de sustentar ni definir posiciones, en un
“mérito” propio de quienes convenientemente se “agachan” para no plantear nada,
para no irritar ni incitar crispaciones por asumir una postura pública o un
concepto orientador y puntual sobre un tema nacional. El silencio de los anodinos, es la práctica
propia de aquéllos que buscan evitar las iras de los necios, para que éstos no
desquiten con ellos, los cobardes enconos con los que atacan a los osados que
se atreven a emitir una certera como necesaria opinión jurídica, un concepto
político o una crítica social. Los
poderes fácticos tienen una peculiar manera de aplicar un feroz castigo contra
el que valientemente actúa con independencia y coraje. De forma ruin y mezquina utilizan el desquite
ruin para descalificar a quienes, de buena fe, se atreven a emitir conceptos,
fijar posiciones y criterios, en momentos de incertidumbre, o sencillamente
personas de espíritu libre ajenos a la sumisión de los idiotas, entonces se
escucha un coro de cacatúas decir que “no es controlable” “no es accesible”,
“no es confiable” o “es problemático”. Son los dictámenes que solemos escuchar
para descalificar y anular aspiraciones o para obstaculizar al ciudadano que,
por valiente y contestatario, no conviene al poder, acostumbrado a los dóciles
de espíritu y a los pusilánimes que viven de rodillas. Contrariamente, cuando
son mencionados para ocupar altas posiciones los que han navegado en el
silencio complaciente o en el malabarismo propio de los que prefieren no
definir ninguna posición en temas sensitivos – es decir, los que practican el
silencio de los anodinos – escuchamos por doquier las frases almibaradas y
abundantes de elogios, que apuntan a sostener que el designado “es una buena
decisión”, que es “un gran profesional”, “que es muy ecuánime” y no cesan las
felicitaciones y aplausos para quien los nombró. Como el beneficiado nunca ha
opinado, ni emitido conceptos, ni debatido públicamente temas cívicos ni
sensitivos para no irritar al poder, de pronto nos percatamos que nadie tiene
nada en su contra ni nada que objetarle pues el silencio complaciente pasa a
ser la tónica de la tácita aprobación por la conveniencia que el anodino
produce. Así se cuelan los sumisos y
cobardes, los que no han sido probados en el fragor de las grandes batallas por
las ideas y quienes en los momentos de grandes crisis y decisiones
trascendentes, se escurren por el camino del miedo, la duda y la turbación que
les inhibe tomar posiciones precisas valerosas y definidas. Entonces, ¿cuál es
el mensaje que la sociedad lanza? ¿Será que emitir opiniones difíciles y
controversiales, hechas con civismo y espíritu docente, se convierte en un
estigma para cualquier aspiración? ¿Será que la valentía – cada vez más extraña
– lejos de ser estimulada, se convierte en una mácula cuya sombra estropea,
oprime y aísla al ciudadano valeroso que termina convertido en un asilado, pero
en su propio país?
10 de octubre de 2019
Dr. Italo Isaac Antinori Bolaños
Doctor en Derecho (Especializado en Derecho Constitucional)
Universidad Complutense de Madrid, Reino de España
Primer Defensor del Pueblo de la República de Panamá (1997-2001)
Correo Electrónico: iantinorib@cwpanama.net
https://www.educacion.gob.es/teseo/mostrarRef.do?ref=144960
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