Panamá, 24 de julio de 2001
Miguel
Antonio Bernal o la conciencia nacional
Italo Isaac Antinori Bolaños
Desde que empezaba mi carrera de derecho en
1976, ya el nombre de Miguel Antonio Bernal,
nos resultaba familiar. Y aunque
entonces no le conocía, sabía que no había lucha cívica por la justicia, por la
defensa de los derechos humanos o por las libertades democráticas, en las que
no estuviese presente como uno de sus más entusiastas activistas.
Todavía recuerdo cuando algunos años después,
tuvo que hacer su conocido programa Alternativa en plena calle y con un
megáfono frente a la Escuela República de Venezuela, porque los factores reales
de poder se lo habían cerrado.
Tampoco puedo olvidar su brillante participación, cuando un grupo de abogados
creamos el Frente Nacional por el No (FRENO), para oponernos a las
contraproducentes reformas constitucionales de 1992.
Desde 1976 y hasta el presente, han
transcurrido 25 años en los que he sido testigo de innumerables luchas cívicas
que han librado por la defensa de los derechos humanos.
En estos años, no ha desperdiciado tiempo, ocasión, ni tribuna, para defender
las libertades democráticas. Por
este permanente compromiso ha sufrido exilios, golpizas, detenciones
arbitrarias, insultos y las conocidas infamias que le suelen hacer a quienes no
son dóciles con el sistema y por tanto, tampoco toleran ese germen cochambroso
que corroe a la sociedad iberoamericana y que Arturo Uslar Pietri en Golpe y
Estado en Venezuela, llamaba la “cultura de la corrupción”.
Hace pocos días, el Gobierno de Francia
condecoró al Dr. Bernal, por sus
sobresalientes méritos culturales y por su defensa de los derechos humanos, con
la orden de las “Palmas Académicas” con el grado de Comendador. Esta es la más prestigiosa distinción cultural
francesa creada por Napoleón y que también se conoce como la “Legión Violeta”. Darle a Miguel Antonio
Bernal esta condecoración, ha sido un verdadero acierto que
la República de Francia le hace a un gran panameño que, con sus luchas y
trayectorias, con su valentía y con su ausencia de temor, nos ha legado un
ejemplo de tenacidad y nos ha enseñado y nos enseña cada día, cómo debemos
luchar, con ahínco y vehemencia, por las libertades democráticas de nuestro
pueblo.
Me he preguntado muchas veces ¿qué sería de
nuestras generaciones sin el ejemplo de ciudadanos y ciudadanas valientes que
libran duras batallas por grandes ideales de justicia? Seguramente —y tal como
lo definió Manuel Celestino González en aquella inolvidable columna de
diciembre de 1951 que denominó “Aliento y consejo”— nuestra sociedad sería “un
zanjón lodoso en círculo desesperante de caballo trapichero”. Con Miguel Antonio
Bernal se podrá disentir en métodos, formas y con alguno que
otro criterio u opinión, pero no podrá dejársele de admirar su preclara
inteligencia, valentía, perseverancia y su compromiso permanente con la
democracia y los derechos humanos.
Me ha agradado saber que algunos han expresado
su satisfacción por tan merecida distinción, pero también he comprobado el
rotundo silencio de quienes han pretendido ocultar la importancia de tan
especial reconocimiento, que no sólo distingue al Dr.
Bernal sino que, por su intermedio, también a nuestro país. ¿Será que el mérito —como decía Concepción Arenal
en La Beneficencia, la Filantropía y la Caridad— no se ve bien cuando está demasiado
cerca?
No debemos ser mezquinos ni escamotearle al Dr. Bernal sus excepcionales méritos, sobre todo
porque debemos ser solidarios con quien ha defendido y continúa defendiendo,
por principios, por vocación y formación humanista, los derechos fundamentales
de la sociedad. No debemos callar
cuando se premia a nuestros valores.
Exaltarlos y reconocerlos es también un deber cívico, es fomentar una
conciencia nacional y es un ejemplo en cuanto al modelo a seguir para rescatar
a la patria de la corrupción, el vicio y la trampa, y conducirla por grandes
alamedas de progreso moral, educativo, social y económico.
En un país donde la norma parece que es guardar
silencio ante los merecimientos y triunfos de las personas —y en algunos casos
se ha pretendido el robo descarado de los méritos ajenos— hago pública mi
satisfacción y mi felicitación para el Dr.
Miguel Antonio Bernal. Creo que nadie más indicado, ni más merecedor que
él, para recibir tan prestigiosa distinción.
Y es que, como decía el genial y admirado Miguel de Unamuno en Diario Intimo,
al librepensador osado, al demoledor, al que rechaza toda norma y toda
tradición, le maldicen unos y otros le aplauden, pero en el fondo, le admiran
todos.
El autor es doctor en Derecho y ex defensor del
pueblo
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