martes, 12 de noviembre de 2019

El Magistrado o Procurador Ideal y el silencio de los Anodinos


Escrito del Dr. Italo Antinori B.

Tomado de la publicación realizada en la Sección de Escritores de la Universidad Complutense de Madrid, en la siguiente dirección:

Si alguien me preguntara cuál es la virtud más importante que debe tener un Magistrado o Juez que administra justicia – al igual que un Procurador o Fiscal como agentes de investigación del proceso – le diría que si bien es cierto que es imprescindible su preparación, trayectoria y honestidad, la cualidad que más destacaría sería su valentía para que no se convierta en un títere del poder, ni en una marioneta de las circunstancias, propias de los que viven en un constante malabarismo de conveniencias, arreglos y conciliábulos aviesos, para complacer al poder. Cada vez es más escasa y extraña la valentía en nuestras sociedades y es una rara virtud de la que no se alardea, pero que se constata con la trayectoria y con las actuaciones públicas de cada cual en el camino de la vida. Si bien ese coraje indómito es el que las naciones reclaman de sus altas autoridades, es precisamente al que los políticos más le temen porque no podrían "controlar" a su conveniencia y para sus mezquinos y sórdidos intereses, a quienes ostenten tan destacada cualidad.  Es indudable que los cargos públicos de importancia en el Estado requieren no solo ese "perfume" de transparencia (que muchos piden y que algunos dirán que ostentan y que es un elemento tan subjetivo), sino una credencial de valentía para atreverse a tomar las decisiones justas, correctas y sensatas, con sometimiento a la Constitución y a la ley, aunque éstas irriten al poder político y/o económico. ¿De qué le sirve a la nación un "almidonado" personaje, si cuando debe tomar decisiones trascendentales, no se atreve y es sumiso, dócil y complaciente con el poder o los poderosos?  La valentía es una  credencial moral de la que pocos hablan – y que casi nadie exige como talante particular de quien aspira a un cargo público importante – y que muy pocos podrán exhibir en su currículo y en la historia de sus propias trayectorias.
El silencio de muchos timoratos, abyectos y sumisos al poder se ha convertido extrañamente en una especie de “virtud”, mientras los que viven con ausencia de criterios, ni son capaces de sustentar ni definir posiciones, en un “mérito” propio de quienes convenientemente se “agachan” para no plantear nada, para no irritar ni incitar crispaciones por asumir una postura pública o un concepto orientador y puntual sobre un tema nacional.  El silencio de los anodinos, es la práctica propia de aquéllos que buscan evitar las iras de los necios, para que éstos no desquiten con ellos, los cobardes enconos con los que atacan a los osados que se atreven a emitir una certera como necesaria opinión jurídica, un concepto político o una crítica social.   Los poderes fácticos tienen una peculiar manera de aplicar un feroz castigo contra el que valientemente actúa con independencia y coraje.  De forma ruin y mezquina utilizan el desquite ruin para descalificar a quienes, de buena fe, se atreven a emitir conceptos, fijar posiciones y criterios, en momentos de incertidumbre, o sencillamente personas de espíritu libre ajenos a la sumisión de los idiotas, entonces se escucha un coro de cacatúas decir que “no es controlable” “no es accesible”, “no es confiable” o “es problemático”. Son los dictámenes que solemos escuchar para descalificar y anular aspiraciones o para obstaculizar al ciudadano que, por valiente y contestatario, no conviene al poder, acostumbrado a los dóciles de espíritu y a los pusilánimes que viven de rodillas. Contrariamente, cuando son mencionados para ocupar altas posiciones los que han navegado en el silencio complaciente o en el malabarismo propio de los que prefieren no definir ninguna posición en temas sensitivos – es decir, los que practican el silencio de los anodinos – escuchamos por doquier las frases almibaradas y abundantes de elogios, que apuntan a sostener que el designado “es una buena decisión”, que es “un gran profesional”, “que es muy ecuánime” y no cesan las felicitaciones y aplausos para quien los nombró. Como el beneficiado nunca ha opinado, ni emitido conceptos, ni debatido públicamente temas cívicos ni sensitivos para no irritar al poder, de pronto nos percatamos que nadie tiene nada en su contra ni nada que objetarle pues el silencio complaciente pasa a ser la tónica de la tácita aprobación por la conveniencia que el anodino produce.  Así se cuelan los sumisos y cobardes, los que no han sido probados en el fragor de las grandes batallas por las ideas y quienes en los momentos de grandes crisis y decisiones trascendentes, se escurren por el camino del miedo, la duda y la turbación que les inhibe tomar posiciones precisas valerosas y definidas. Entonces, ¿cuál es el mensaje que la sociedad lanza? ¿Será que emitir opiniones difíciles y controversiales, hechas con civismo y espíritu docente, se convierte en un estigma para cualquier aspiración? ¿Será que la valentía – cada vez más extraña – lejos de ser estimulada, se convierte en una mácula cuya sombra estropea, oprime y aísla al ciudadano valeroso que termina convertido en un asilado, pero en su propio país? 
10 de octubre de 2019

Dr. Italo Isaac Antinori Bolaños
Doctor en Derecho (Especializado en Derecho Constitucional)
Universidad Complutense de Madrid, Reino de España
Primer Defensor del Pueblo de la República de Panamá (1997-2001)


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